Era una soleada mañana. Como de costumbre Kalantrax salía de su guarida para dar una vuelta por sus dominios. Hacía un día perfecto para asustar a los habitantes de los poblados humanos de la isla. Las crías estaban hambrientas y deseando empezar a salir a cazar como su padre. Desde que se trasladaron a la isla no les habían molestado los humanos, pero la situación era demasiado tensa ya que no quedaban muchos animales grandes por los alrededores. Seguramente deberían volver a trasladarse. El problema era que volver a cambiar de guarida significaría tener que volver a buscar un hogar en tierras desconocidas. Pero todavía quedaban humanos con que alimentarse él y sus crías.
Los gruñidos de sus hambrientos retoños le sacaron de sus pensamientos.
—¡Kitiara!
—¿Estoy? Estoy aquí.
Antilius el humano y Lanzarote el enano se acercaron corriendo al lugar de donde provenía la voz de Kitiara. Detrás de un montículo se encontraron a la elfa a pocos pasos de la orilla. Tenía la ropa empapada, perfilándose sus femeninos contornos.
—¿Estás herida?—se interesó Antilius.
—No, creo que estoy bien.
—¿Has visto a Duder?—preguntó Lanzarote.
—No, perdí el conocimiento al poco de hundirse el barco.
Habían naufragado la noche anterior, después de que una horrible estrella de mar gigante atacara y hundiese el Navío Fantasma en el que viajaban.
—Ójala no volvamos a ver ese maldito cascarón—dijo una voz desde la parte posterior de una duna cercana.
—¿Duder?—inquirió Kit.
—Pues sí, soy yo. No me he ahogado. Aquí estoy.
Duder era un tzork, un extraño híbrido entre los enanos y los humanos, que solo habita en las profundidades de la tierra.
—¡Mirad!—gritó Lanzarote señalando en dirección al mar—. ¡El Navío Fantasma! ¡Está.. está entero!
—Pero eso es imposible. Yo vi cómo se hundía. Además, la estrella de mar le perforó el casco—anunció Antilius.
—¿Por qué no lo olvidamos e inspeccionamos esta isla?—sugirió Kit—. Es lo más razonable que podemos hacer.
Los demás asintieron. Se secaron las ropas como pudieron y se adentraron en la isla.
Mirando en dirección a ésta se podía apreciar un enorme acantilado de varios metros de altura. En la pared del ancatilado, a varios metros de altura, se podía ver la entrada a una gruta que se internaba tierra adentro. No podrían haber hecho nada para examinar la isla a no ser por las botas de Lanzarote. En verdad Lanzarote las tenía aprecio. Las había conseguido hacía unas semanas, después de empalar cariñosamente a su poseedor. Lo que tenían estas botas de especiales era que con ellas Lanzarote podía levitar. Esto unido a su antinatural fuerza le convertían en una grúa móvil útil en ocasiones como la que se les presentaba. Levantó uno a uno a sus compañeros y los llevó hasta la entrada de la gruta excepto a Duder que insistió en subir por su propia cuenta y riesgo.
—No necesito a Lanzarote para llegar a esa gruta. Puedo hacerlo yo solo.
Y empezó a escalar la empinada pared del acantilado. Estaba hambriento y no poseía sus instrumentos de escalada. Al llegar a la mitad del recorrido estuvo a punto de resbalar y caer, pero Lanzarote le echó una mano. Duder era un cabezota pero todavía le quedaba algo de sentido común. Al final todos llegaron sanos y salvos a la entrada de la gruta.
Lanzarote empezó entonces a examinar las paredes con su racial predisposición a ese dicho tipo de tareas:
—Las paredes estan muy trabajadas y la pared exterior está más o menos uniforme. Alguien o algo ha tenido que hacerlo. Y puestos a hacer suposiciones yo?
Un sonoro rugido que llegó desde la oscuridad interrumpió sus palabras.
—¿Qué… qué ha sido eso?—preguntó Kit medio histérica.
—¿Realmente lo quieres saber?—ironizó Duder—. Personalmente creo que será menos peligroso si salimos y subimos a ver qué hay por la parte de arriba. A no ser, claro está, que alguien quiera conocer al dueño de ese rugido.
—Duder tiene razón. Será mejor que salgamos de aquí, pero por vosotros, a mí me da igual.
Un nuevo rugido surgió del interior de la cueva interrumpiendo a Antilius. Este nuevo rugido se oía mucho más cerca. Sin mediar palabra y al únisono se apresuraron al borde de la gruta y sin que nadie le dijera nada Lanzarote empezó a subirlos a todos, incluido Duder. El terreno en lo alto del acantilado estaba formado por enormes y altas rocas separadas formando un laberinto de lo que podríamos llamar proyectos de sendas.
—Vaya, parece que hemos dado con una importante ruta comercial—comentó Antilius sarcástico.
—Sí. Pues ya podemos seguir; así que será mejor que lo hagamos antes de que el monstruo de la cueva decida salir—dijo Kit.
El grupo se internó a través de los inexistentes caminos.
—Tengo hambre.
—¿Y qué? Padre ha dicho que no salgamos de casa hasta que él vuelva. Y ya sabes cómo se pone Padre cuando le desobedecemos.
—Pero seguro que ha ido a buscar una nueva casa. Tardará horas en volver.
Su argumento sonaba convincente. Sin embargo, no conseguía convencer a su hermano.
—Te digo que tenemos que quedarnos aquí.
—Bueno, pues tú di lo que quieras pero nos perderemos una buena comida—Los dos jóvenes dragones habían olido ya a los intrusos.
—¿Y si se han ido ya? Tus rugidos les han espantado.
—Si no quieres venir no lo hagas, allá tú—dijo mientras se alejaba.
—Esperaré a Padre.
—¡Qué paisaje tan variado!—observó Antilius—. Deberíamos montar una ruta turística.
—¿Qué significa ¿turístico?—preguntó Kit aburrida.
—Es alguien que…
Se calló al ver una mancha roja cruzar entre dos rocas cercanas.
—Ejem, ejem—prosiguió—. Chicos, creo que tenemos compañía. Para ser más precisos, creo que es un dragón.
—¿Y estos son malvados?—preguntó Kit.
—Seguro que no—proclamó Duder—. Si hemos llegado hasta aquí el porvenir no nos va a recompensar con un dragón malvado. Ya veréis.
El dragón se asomó tranquilamente por uno de los caminos laterales. Duder se acercó al dragón:
—Hola, me llamo Duder. No queremos pelear—Se sentía orgulloso de esas palabras—. ¿Eres malvado?
El dragón le miró con suspicacia, sin pestañear. Luego añadió con voz ronca:
—No.
Duder se dio la vuelta y les dijo a sus compañeros:
—¿Qué os dije?
Un instante después una fuerte llamarada envolvió a Duder.